Tras el cristal
Si hoy tuviera que empezar una novela, no la empezaría así:
“El cristal de la ventana, abierta de par en par debido al calor estival, devolvía invertido el destello rojo de las horas en el despertador electrónico. La tela mosquitera, a pesar de la luna llena, le impedía distinguir con claridad el pozo y las negras siluetas de los almendros. En la porchada, la sombra de los arcos se acercaba a la ventana, mientras la luna la atacaba a dentelladas blanquecinas sobre el mosaico.
De cuando en cuando las luces de los vehículos que circulaban por un camino cercano le preguntaban, directamente a los ojos, qué hacía despierta a esa hora indefinida de la madrugada, hora que el cristal no habría acertado a descifrar. Las luces de los coches surgían por sorpresa a su izquierda, luchaban por aferrarse a las paredes de la habitación y, por fin, se perdían en el cristal de su derecha tras un leve forcejeo, mezcladas con los destellos del despertador hasta desaparecer.
De cuando en cuando los ladridos de los perros impedían que el canto de los grillos llegara a sus oídos. Se oían ronquidos en la habitación contigua o el ruido de una puerta y una luz que se enciende en el pasillo. Generalmente, permanecía de pie frente a la noche, como si ésta tuviera las respuestas a sus dudas, y poco después se volvía a acostar. Pero, otras noches, cogía la silla del escritorio, se sentaba y ponía la radio para escuchar canciones de pasiones y traiciones, de celos y de olvidos, de amor y desamor.
De repente, un ligero murmullo le llegó desde las negras siluetas de los almendros, un murmullo que le hizo preguntarse qué buscaba el viento a esas horas, susurrando entre los árboles. Entonces se acordó de los almendros de la autovía que la llevaba a la universidad a las ocho y veinte de la mañana, cuando pasaba por allí con el autobús, el paisaje desértico, ocre y seco, aparecía en febrero blanco, canoso, plagado de almendros en flor. De lejos, parecía que un manto de nieve hubiese caído sobre los campos, pues se veían blancos hasta el infinito. De cerca, se podía apreciar que aquello no eran copos de nieve, sino flores de un color entre pálido y rosado. Siempre le había chocado que un árbol tan rudo como el almendro, con una corteza tan áspera, fuera capaz de transformarse durante un mes en algo tan bello. Y es que la naturaleza podía permitirse milagros como ese.”
Si hoy tuviera que empezar una novela, no la empezaría así porque este verano no lo paso en la casa de campo que mi familia tienen en Perleta, de donde procede la anterior descripción. Estoy en la habitación 113 de Allen Hall, una residencia universitaria de Mánchester. Tras la ventana se vislumbra, a través del enmarañado ramaje de los árboles del jardín, un trozo gris oscuro pintado de rayas blancas. Es Wilmslow Road. Pasan muchos coches y autobuses de dos pisos a esta hora y gente en bici con el walkman puesto y, de vez en cuando, algún peatón. Casi siempre, estudiantes, ya que esta es la zona de las residencias universitarias, o mujeres que van a comprar al supermercado de aquí cerca. Mujeres paquistaníes o hindúes, no lo sé, sólo sé que van vestidas como he visto en las películas que se visten las mujeres hindúes, con saris (creo que se llaman así) muy brillantes. Pasan junto a la reja de Allen Hall y el buzón de color rojo al que echo las cartas para mi familia y amigos. Es fantástico poner mi nombre en el remite con una dirección distinta a la habitual, una dirección propia, y escribir bajo el sello naranja de primera clase la dirección de mi casa. Me siento independiente.
La lluvia emborrona los polvorientos cristales de mi habitación, cae la noche sobre Mánchester y cada vez tengo menos luz para seguir escribiendo. Elche queda tan lejos que a veces pienso que no existe y que todo mi pasado ha sido un sueño. Que nunca he sido representante de alumnos en
Esta mañana, cuando iba a trabajar en el minibús que me lleva cada día a Middleton, he llegado a la conclusión de que me gusta este país y no quisiera irme nunca. Está lloviendo, y las gotas de lluvia resbalan por las hojas y el tronco de cada árbol de los que montan guardia a la puerta de Allen Hall. Se estarán mojando las ardillas y esos pájaros negros y gordos que nunca había visto en Elche, los cuervos que habitan en el jardín. Todo sigue igual que ayer, igual que mañana. Porque aquí hay una armonía extraña y monótona que no encuentro en las palmeras de mi tierra natal. Me paso la vida huyendo para acabar descubriendo cuánto echo de menos todo lo que es mío y me pertenece. Que si huyo de Elche es para descubrir cuánto la quiero cuando estoy en un paisaje extraño. Así me reconcilio conmigo misma y con mi ciudad para volver renovada.
Esta mañana, cuando la lluvia abría caminos insospechados en la espesura de la ventanilla, mientras iba dejando atrás las calles del centro de Mánchester y las zonas residenciales, he sentido, como tantas otras veces, que soy una mujer mediterránea. No me van las nubecitas y las lluvias diarias porque estoy acostumbrada a ver el sol entre las palmeras de mi tierra y el mar, de color indefinido, eternamente poderoso e inmenso.
¿Qué es lo que veo desde el autobús cuando voy y vengo de Middleton? Veo anuncios que me llaman mucho la atención. Anuncios en los autobuses y en grandes vallas, en las paredes metálicas de algún solar en construcción, en los periódicos y en el banco donde trabajo. Ahora sé, gracias a los anuncios, que hay lugares en Gran Bretaña en que el racismo no existe, "aquí", es decir, en la cabeza de cada uno de los bebés que aparecen en la foto en blanco y negro del anuncio. Sé que la palabra más pronunciada en el mundo es "OK" y la segunda una conocida marca de cola. Que, si no te puedes refrescar, como el chico que en el anuncio lleva los pantalones cortos llenos de cubitos de hielo, debes beber una determinada marca de refresco. He aprendido que no todo el mundo se echa novia en el edificio de al lado, por eso hay trenes que van de Mánchester a Nottingham cada hora. Que las cabinas telefónicas son cajas para charlar (chatboxes) y que el asesino más importante de Gran Bretaña, según una asociación para la prevención de los ataques de corazón, vive en la caja torácica y es el corazón.
Es verano, de nuevo, y hay coches que se estrellan contra los árboles de las carreteras. Después dicen que los anuncios de
(
Escrito en el verano de 1994, cuando pasé seis semanas en Mánchester.
9 Pasajeros a bordo:
Uh, buenisimo. Estuve con vos ahi hoy, por cinco minutos al menos, y en el pasado.
Una mirada más que interesante sobre el mundo que soñamos contrapuesto a ese mundo lleno de comerciales y publicidades que intentan vendernos superficialidades.
Me pareció una historia muy bien contada y llena de guiños al lector con sutilezas y claridad.
Aprovecho Amelche para darte una vez más la Bienvenida y agradecerte por escribir el post sobre este equipo en tu blog.
Un cálido abrazo desde Tucumán.
Ummmm me encantó, chiquitaja! me ví con gafas, montada en un bus, tras de ti...
Ea, otro enlace más! ya no me caben en la carpeta!!! jeje
Besosssss en colectivo
Qué buena descripción del lugar, amelche! Digo, más allá de lo geográfico, nos contaste mucho de lo que por allí se vive.
Otra vez , Bienvenida y gracias por subirte al colectivo!
Besoooooos
Qué buena descripción del lugar, amelche! Digo, más allá de lo geográfico, nos contaste mucho de lo que por allí se vive.
Otra vez , Bienvenida y gracias por subirte al colectivo!
Besoooooos
No importa si aqui o allá, si en el lugar de la rutina o en el exótico asimilado.
La cosa es que los fantasmas propios se pasean con nosotros, con vos en este caso,y son ellos los que nos cuentan por tu boca.
Un abrazo
A TODOS:
En aquella época yo tenía 20 años y me habían dado una beca de trabajo en un banco durante 6 semanas en verano (por ser cliente y tener una cuenta joven en un banco español que tenía acciones en ese banco británico, aunque también tuve que pasar unos exámenes). Era la segunda vez que salía al extranjero (la primera fue a los 17 años con el instituto, que tenía un intercambio con otro instituto inglés)y en aquel entonces aquí no había inmigrantes, como ahora. Así que yo nunca había visto tanta gente de diferentes culturas como había en Mánchester. Y los anuncios me llamaban la atención por los juegos de palabras en inglés, que me parecían muy ingeniosos, una forma de vender distinta a los anuncios que yo había visto, aunque al final, vendieran lo mismo. Todo era novedoso: el idioma, el clima, el paisaje, la gente... todo lo que veía era diferente. Y eso es un poco lo que se ve en la historia. La otra parte, la del chalet que mi familia tiene en las afueras de Elche, en Perleta, creo que la escribí el verano anterior una noche que no podía dormir y luego lo junté todo.
Bueno, no me extiendo más, que si no, hago otro post en los comentarios. :-) Gracias a todos por vuestras reflexiones y por haberme invitado a venir.
Amelche...que buen post , la manera como vas recorriendo todo, haces que también vivamos, lo que nos no has contado.
Un beso.
DANIELLHA: Gracias. Es, como dije, un poco el choque cultural de alguien que observa desde fuera y cómo le llaman la atención las cosas nuevas y se fija en ellas. Y, claro, al final, el lector también se transporta.
UMMA: Al final, llevamos lo que somos a donde vamos, no importa que sea a la vuelta de la esquina o a diez mil kms.
Publicar un comentario
<< Home